Vente conmigo

Se abre el telón y aparecen un pijo, un punkie, un heavy y un b-boy. ¿Qué tienen en común? Que todos han escuchado su música en un Walkman. Cuentan los mentideros de la sabiduría popular que se alojan en la red que una mañana veraniega de 1979 Akio Morita, uno de los fundadores de la marca japonesa Sony, salió a correr por las calles de Manhattan como hacía cada mañana. Mientras sus piernas golpeaban el suelo de manera sincronizada comenzó a sentirse cansado, le flaqueaban las fuerzas y sudaba de manera convulsa. Frotó bruscamente las manos sobre sus ojos para apartarlo, intentó pensar en algo que le hiciera sentirse bien y recordó la agradable sensación que le producía la música, el cosquilleo emocional de las ondas sonoras sobre su pabellón auditivo, el resurgir del ánimo cuando ella entraba en su despacho, donde imaginaban tecnología o cerraban negocios de millones de dólares. Y entre gota de sudor y golpe de camiseta, gestó la idea. Abrió la puerta de la sala donde se ubicaban los ingenieros de investigación y desarrollo, y con la voz entrecortada por el esfuerzo realizado les dijo unas breves palabras: “quiero que la música venga conmigo”. Dejando a un lado el romanticismo y el hecho de que Sony tuviera que pagar millones de dólares a Andreas Pavel por ser el verdadero inventor del cinturón estéreo (Stereobelt, así lo llamó el señor Pavel), había nacido un mito. Una auténtica revolución tecnológica. Un aparato que te permitía llevar la música a cualquier parte. El invento fue un éxito rotundo, vendió millones y millones de unidades y, según Pc World, está considerado el mejor de los inventos creados. El Walkman es la base, el concepto sobre el que se han cimentado los actuales gadgets, la doctrina seguida por los miles de fieles de la revolución digital.